cuentos a dos

"Los cuentos son ventanas diminutas que nos permiten asomarnos a otros mundos, a otras formas de pensamiento, a otros sueños. Son vehículos que nos transportan hasta los confines del universo y nos traen de vuelta a casa a tiempo para cenar"

Virtud

  • Pero… ¿qué ha hecho? ¿Se ha vuelto loca? Se ha interpuesto en la trayectoria del disparo. ¿Lo has visto?
  • Son animales.

El soldado miraba con los ojos muy abiertos a su víctima tirada en el suelo mientras que en el rostro de su capitán se veía pintado un profundo desagrado ante el cadaver y la cría. Esta, aunque no entendía bien lo que pasaba estaba sentada al lado de la madre muerta, llorando.

  • La cría es muy débil, no va a sobrevivir igualmente. No tiene sentido, podría haber tenido más y seguramente más fuertes y con más posibilidades de sobrevivir
  • Ya te lo he dicho, son animales, no puedes esperar que se comporten como nosotros. Mata a la cría y lleva los cuerpos al almacén, está asustando a los demás.

El soldado miró hacia las jaulas, 20 pares de ojos muy abiertos le miraban. De una ráfaga de su arma acabó con el llanto de la criatura.

Dentro de las jaulas los pocos humanos prisioneros quedaban en esta “granja” miraban silenciosos como retiraban los cadáveres de la madre y su hijo, enmudecidos ante el valiente sacrificio de la mujer.


Me senté en el banco de siempre, mi cuerpo maltrecho, botas húmedas, llenas de barro, y una sensación de pesadez enorme. Estoy a punto de perder la cabeza, esta vida en la trinchera es asbolutamente imposible de aguantar, y me gustaría desaparecer para siempre. Cada día salimos ahí fuera, entre el estruendo de las bombas, con la incertidumbre total sobre nuestra vida y nuestra muerte; psicológicamente estamos al límite, yo y un puñado de hombres más, en este rincón desamparado, alejado de la mano de Dios. Somos los hijos abandonados de la tierra, que sólo esperan a una muerte casi cierta, pero que no pueden evitar seguir sufriendo en vida. Aquí ya no vale nada, no existen reglas; es casi supervivencia, no queda ni rastro de bondad en lo cotidiano, ni palabras bellas que decirse. Somos cadáveres.

Observo cada mañana, bajo un cielo gris oscuro, que él sigue siendo realizando todas sus tareas de manera precisa y diligente. ¿Cómo es posible? Está en la misma situación que nosotros, incluso lleva más tiempo, e igualmente se le nota pesadez y cansancio, y unos ojos vacíos como la muerte. Pero sin embargo no ha perdido lo que hace de él una persona decente y apreciable. Cada mañana, si aún existe ese concepto, se levanta, y tranquilamente se viste con su ropa todavía húmeda del día anterior, y comienza su pequeña rutina. Pequeña pero transcendente: se acerca a nuestro rincón de aseo y se acicala lo mejor que puede la cabeza y el pelo. Intenta lavarse, con un poco de agua que reservamos para estos quehaceres. De alguna manera resulta optimista de ánimo.

Hoy he hablado con él:

  • ¿Por qué estás tan animado? No hemos hecho más que sufrir desde que llegamos aquí, y ya ni siquiera recuerdo cuanto tiempo llevamos aquí encerrados, con la incertidumbre de si hoy será nuestro último día, y de cuando volveremos a casa, si todavía conservamos el recuerdo.
  • Esa pregunta que me haces, amigo, no tiene sentido. ¿Qué importa el sitio en el que estamos? La virtud es lo primero.
  • ¿Virtud? ¿Acaso es virtuoso vivir como animales, arrastrándonos por el suelo y escondiéndonos en rinconcillos como ratones asustadizos?
  • Puede que tengas razón. Esta vida es dura, como la de un perro callejero que no tiene donde dejarse caer muerto. Sin embargo, ¿qué diferencia mi actitud ante todo esto de la tuya?
  • No sé a que te refieres. La situación es horrible y ya está. Es imposible conservar templanza o coraje en una situación así.
  • Te propongo un dilema: si ahora te pidieran que me mataras a cambio de poder volver a casa ya, ¿lo harías?
  • Pues… tendría que pensármelo. Pero probablemente lo haría, puesto que mi objetivo primero es volver cuanto antes a casa.
  • Bien. Vosotros no lo sabéis, pero yo soy capitán de regimiento y tengo el poder de mandar cualquiera a casa cuando quiera por la razón que sea. Aquí tienes mi acreditación.

Examinó bien sus palabras y los documentos:

  • Tienes razón… Lo siento, mi capitán, no volveré a sobrepasarme.
  • No tiene importancia. Pero hazlo, adelante. Firmaré ahora mismo tu orden de regreso, pero tienes que matarme primero para que se haga efectiva, sino cogeré el papel y me lo tragaré.

Titubeó durante unos instantes:

  • No puede ser verdad, mi capitán. Está usted actuando sin pensar, ¿cómo voy a pensar yo siquiera en matarlo para volver a casa?
  • Y sin embargo lo has pensado, sólo que cómo no sabías que era capitán y pensabas que era un compañero, te sinceraste conmigo y mostraste tu verdadero yo.
  • En absoluto, sólo estaba bromeando… ¿porqué es tan cruel conmigo?
  • No pienso que sea crueldad. Te ofrezco la posibilidad de volver a casa con una acción muy simple en realidad. ¿Qué es la vida y la muerte cuando son despojadas de su significado moral? ¿No somos animales? Mátame ahora y vuelve a casa.

Reflexionó durante unos minutos y finalmente espetó:

  • Ya entiendo lo que intenta hacer. Está usted intentando poner fin a su vida de una manera más digna que simplemente morir en combate o pasto de la suciedad y las enfermedades de este lugar. ¿Pues sabe lo que le digo? No lo va a lograr. Así que prefiero no volver a casa y no hacerle a usted daño.
  • No ha entendido nada. Pero sin embargo, usted acaba de poner por encima de su vuelta a casa algo, que sin duda es más importante que esto último. ¿Ves entonces porqué no puedo dejar de conservar mi estado de ánimo, aun en esta situación penosa y desdichada? Al igual que tú, yo tengo un algo por el que vivir que supera la simple supervivencia.
  • No, usted simplemente está intentando justificar su situación. Yo soy más realista que usted, vivo más en la tierra, y no en otro mundo. Soy un animal, pero no necesito justificar en argumentos elevados mis actos. Actuo en base a mi instinto y a lo que dicta mi naturaleza. Quiero volver a casa, pero no voy a matarle para ello, por mucho que insista.

En ese momento terminó la conversación y cada siguió a lo suyo. Más tarde, ya por la noche, nuestro protagonista volvió después de otro duro día en el frente; por fortuna seguía vivo y no habría sufrido daño algo. Cuando llegó a su litera, encontró una carta dentro de un sobre, bien dispuesto sobre la cama. Sorprendido lo abrió. Dentro había la orden de vuelta a casa, firmada por el capitán del regimiento. Al principio creía que era una broma, pero poco a poco su deseo de volver a casa recobró fuerza y su corazón se llenó de ilusión y de nostalgia al tener ante sí la posibilidad de volver a la calidez de su hogar.

Se dirigió hacia la litera del capitán, pero no encontró a nadie. Preguntó a varias personas, pero nadie supo responderle. Sólo que por la mañana habían salido a patrullar la zona fronteriza y que todavía no había vuelto. Ya se sabía cual era el resultado si tras varias horas no había regresado y temió por lo peor. Al día siguiente se confirmó las malas noticias: toda la patrulla había caído víctima de un bombardeo, por lo que ahora el capitán sería relevado por el siguiente en el rango y más tarde sustituido por un nuevo capitán.

Nuestro protagonista sabía perfectamente que la orden redactada por el antiguo capitán sólo era válida hasta que el nuevo capitán hiciera aparación. En otra situación la hubiera utilizado sin pensar. Sin embargo, reflexionaba cada noche, larga hasta el infinito, sobre qué debería hacer. Una mañana, justo cuando quedaba sólo un día para que llegara el nuevo capitán, se dió una última vuelta por la trinchera. Allí podía observar a sus compañeros, que estaban pasando lo mismo que él, y empezó a ver su situación con otros ojos: ahora se sentía más animado, y la perspectiva de compartir sus miserias, junto a personas como él, personas simples y cotidianas con aspiraciones sencillas, le alegraba un poco el corazón.

Cuando ya se había decidido y estaba a punto de romper la orden de vuelta a casa, se acercó un compañero y le preguntó:

  • ¿Por qué estás tan animado?